La vocación primordial de la vida es perpetuarse. Desde que apareció, hace unos 3.800 millones de años, ha cumplido a rajatabla el mandato biológico de crecer y multiplicarse. Las primeras moléculas de ácidoribonucleico aprendieron a hacer copias de sí mismas, para originar los llamados mundos de ARN.
Éste fue un punto crítico en la evolución de las primeras células, que conservaron la capacidad de multiplicarse por sí solas, generación tras generación. Al principio, la reproducción era literalmente salomónica: el contenido de la célula madre se dividía entre las dos hijas.
Esta sencilla pero eficaz partición, conocida como mitosis, es hoy practicada por muchos organismos unicelulares, desde las bacterias hasta los protozoos, como las amebas. Por ejemplo, un agente bacteriano puede multiplicarse con una frecuencia de una vez cada seis minutos.
Pero la diversificación de la vida, que fue instigada por la aparición de los organismos pluricelulares, hace aproximadamente unos 750 millones de años, trajo nuevas formas de nacer.
Las algas multicelulares, como su representantes actuales Spirogyra Oscillatoria, se multiplicaban por fragmentación en porciones menores, acto que han copiado muchas plantas actuales; los jardineros y agricultores recurren a gajos y estolones para observar nuevos rosales, fresnos, ciruelos y bananeros.
El reino vegetal también inventó la espora: tanto un nuevo hongo como un alga pueden nacer a partir de una célula germinal originada mediante una simple mitosis celular. Durante millones de años las nuevas generaciones eran el producto de la reproducción vegetal o asexual.
La situación dio un vuelco con la aparición del sexo, estrategia que enseguida fue adoptada por los organismos superiores. La reproducción sexual generalmente obliga a que haya dos progenitores que aporten las células reproductoras del sexo distinto, es decir, los gametos.
El producto de su fusión es el zigoto, que da origen al embrión por divisiones sucesivas. En algas y hongos primitivos, el zigoto puede ser desnudo y con flagelos. Pero comúnmente es inmóvil y por lo general se cubre enseguida de una gruesa membrana para soportar situaciones adversas y diseminarse.
Por ejemplo, en ciertos hongos, como el moho del pan, el zigoto se rodea de una pared rugosa y dura para convertirse en lo que los botánicos coinciden en llamar un zigosporangio de resistencia. Luego de un periodo de latencia o durmiente, el zigoto germina para producir nuevas esporas.
A fines del Devónico, hace unos 360 millones de años, las plantas superiores -más precisamente, las vasculares- protagonizaron una fantástica innovación con la que consiguen independizarse del agua.
El embrión queda encerrado junto con una reserva de alimentos dentro de unas cubiertas protectoras. Hablamos de la semilla, una coraza que salvaguarda el embrión mientras yace en reposo, a veces durante años, hasta que se alcanzan las condiciones favorables para la germinación.
Cuando esto ocurre, ciertas enzimas y hormonas, como las auxinas y citocininas, activan el crecimiento y el desarrollo de la futura planta. En forma análoga, los vertebrados se vuelven auténticamente terrestres con la evolución en los reptiles del denominado huevo amniótico.
Éste es capaz de retener su propio acopio de agua y, por consiguiente, puede vivir en tierra. La naturaleza nos sorprende permanentemente con un abanico de estrategias para asegurar que la descendencia nazca de la mejor manera.
lunes, 12 de mayo de 2008
Biología: Crecer y multiplicarse
Publicado por
Radio Estudio 98.5Mhz -.Necochea.-
en
9:07
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